A lo largo de nuestras vidas en más de una oportunidad hemos escuchado hablar del síndrome de Estocolmo. Quizás no sepas ni qué significa el termino, pero al menos una vez lo oíste. Incluso si no fue así, hace unos segundos la voz de tu cabeza lo mencionó al leerlo unas pocas palabras atrás. En el mes de mayo Netflix lanzó un proyecto que, según varios análisis, explica qué es este famoso trastorno psicológico. Pero creer que la, por ahora, miniserie estrella de la plataforma en lo que va del 2022 solo hace eso es una forma muy reducida de entender el proyecto. Más que explicarlo o definirlo, “Clark” hace padecer al espectador del síndrome durante sus seis episodios.

De la misma forma que en Argentina se realizó “El Robo del Siglo” para contar con carisma el atraco más recordado de la historia de nuestro país, Suecia presenta su “superestrella” del crimen en esta serie. Clark Oderth Olofsson, interpretado por Bill Skarsgård, desde pequeño destacó por ser un criminal. Luego de pasar su adolescencia de reformatorio en reformatorio (y escaparse de ellos), descubrió qué podría satisfacer dos de sus tres pasiones: robar bancos. Una de ellas solo se complacería solo con perpetrar el hecho: el crimen. En caso de que todo saliera bien, la segunda le sobraría: el dinero.
Con capítulos que merodean la hora de duración “Clark” no solo contará la historia del famoso asaltador de bancos, sino que también servirá de ejemplo de cine postmoderno. Esto debido a todos los componentes que presenta para desligarse del relato clásico y ser mucho más.
Verdades y mentiras
Resulta muy interesante una de las primeras advertencias que “Clark” le da al espectador. La frase “Basado en verdades y mentiras” que se lee al comienzo de cada episodio le brinda una libertad narrativa a la serie sin limitaciones. Gracias a eso, la delgada línea entre lo real y la ficción nunca estará clara. En este contexto, podemos afirmar que esta miniserie es un gran relato bajo la teoría del sociólogo Christian Metz, quien lo define como “un discurso cerrado que viene a irrealizar una secuencia temporal de acontecimientos”. De esta manera, el relato jugará con lo que se conoce como realidad afilmica (lo que no se relaciona con el mundo creador por la serie, por ejemplo la existencia de este criminal sueco y sus robos) y la realidad ficcional (aquella que solo existe en el mundo planteado por el producto).
Clark Olofsson lleva adelante la historia en todo momento, es por eso que, al ser su versión, las “verdades y mentiras” tienen sentido. Justamente, cuando se interesa en contarle su historia al mundo entero y contrata a una escritora, pierde el control de su relato y eso lo impacienta. ¿Por qué otras personas deberían contar su historia? Se pregunta y le pregunta a la redactora en más de una oportunidad. Es así como la escena final tiene un breve resumen realizado por la escritora. Allí la mujer le revela su mirada de su vida centrándose solo en las verdades: mujeriego, desinteresado por los demás, egocéntrico y un traumado por su infancia que busca atención.
Un delincuente para nada clásico
Cuando el cine se instauró como mecanismo de narración implícitamente se estableció una base. David Bordwell cuando habló sobre la manera en la que se hacían películas presentó el modelo de “historia canónica” para describir los relatos típicos que se veían en pantalla. El teórico supo encasillar, correctamente, un sinfín de relatos bajo una estructura casual doble, donde se solían presentar dos líneas argumentales. En “Clark”, se podría distinguir que la vida criminal es una de las líneas argumentales y que, por otra parte, la tercera pasión de Olofsson -las mujeres- es otra. Pero a su vez aquí se encuentra la primera huida de la miniserie al formato clásico del séptimo arte. Mediante flashbacks y algunas escenas del presente la familia, el desencadenante de su personalidad, ocupa un rol central. De esta manera, mínimamente se presentan tres aristas a las que el relato le dará suma importancia.
Pocos son los minutos que tarda “Clark” en escaparse de la narración clásica. Desde el momento en el que el protagonista se presenta como narrador -algo que se mantiene a lo largo de los episodios- la narración se declara altamente autoconsciente. Incluso el narrador hasta le habla directamente al espectador en más de una oportunidad siendo esta la marca de autoconsciencia más grande de todas. Justamente, el rol del Clark que cuenta la historia es fundamental en la narración. Utilizará los tiempos como él quiera, llevándonos del presente al pasado y del pasado al presente, y recortará la historia a su merced.
Bordwell sintetiza al estilo clásico en tres proposiciones que esta serie contradice. En primer lugar, las técnicas fílmicas lejos están de ser únicamente un vehículo para la transmisión de información. En “Clark” distintos medios y recursos son utilizados con fines que no son puramente narrativos. Justamente, si de recursos técnicos se habla, la miniserie emplea un sinfín de ellos. Por último, la dirigida por Jonas Åkerlund se escapa de la narrativa clásica ya que no busca contar la historia paso a paso. Por momentos la narración es desordenada y es mediante corren los minutos que el espectador logra organizarse y situarse en espacio y tiempo. El montaje para nada es continuo como acostumbra el formato clásico. Al igual que su protagonista, “Clark” no sigue ninguna regla.
A su vez, el final de la serie es otro punto de inflexión con el clasismo. Lejos está el final de esta ¿primera temporada? de cumplir con los estándares canónicos que le atribuye David Bordwell al cine clásico. Basta solo con mencionar que la conclusión de la historia es abierta para darnos cuentas de ello. Además, el sexto episodio hace todo menos darle un cierre a ninguna de las líneas argumentales. Clark continua con su vida criminal, sus relaciones personales lejos están de buen puerto y el hecho de fallarle a su hijo, al igual que su padre, posiblemente lo acompañe en los 10 años de sentencia.
Un delincuente (pos)moderno
Las observaciones por las cuales “Clark” no es cine clásico, a su vez, afirman que es, aunque sea, moderno. Para colocarlo en el posmodernismo basta solo con volver a traer la frase “Basado en verdades y mentiras” para lograrlo. De esta manera, a modo de declaración de principios, la serie nos sitúa en un universo que es el real, pero modificado.
En este punto podemos hablar un poco acerca de la fotografía de la miniserie. A lo largo de los seis episodios tres propuestas se le presentan al espectador. Colores “naturales” en escenas cotidianas de la vida del protagonista, blanco y negro para los duros recuerdos de la infancia y colores saturados para cuando el sueco es fugitivo. Estas tres paletas de colores, además de tener un fin un tanto secuencial para comprender el desarrollo de la historia, son introducidas con fines más expresionistas.
A su vez, el montaje se destaca por ser cambiante y, por momentos, desordenados. En los primeros episodios los cambios bruscos y desenfrenados son hasta incluso molestos, pero con el correr de los minutos “Clark” deja en claro que esto se repetirá. Así es como se llega al capitulo cuatro donde, a medida que el atraco al banco se complica, el montaje es cada vez más cambiante y desprolijo entregando imágenes en pantalla que lejos están de relacionarse con el cine clásico.
También, la mezcla de géneros que se ve en la serie es una de las características que se asocian al cine posmoderno. Laura Zavala en su análisis de los tres cines “Cine Clásico, Moderno y Posmoderno” remarca que en estos proyectos, al tener una naturaleza lúdica y fragmentaria, es normal la presencia de fragmentos fácilmente identificables con distintos géneros. Lo cual nos lleva a una pregunta:
¿A qué género pertenece Clark?
Sin animo de alargar la respuesta te anticipo que a ninguno y a todos al mismo tiempo.
Si fuese obligatorio encasillar a Clark en un género, quizás el biopic sería el más cercano. A fin de cuentas, estamos conociendo la vida del atracador de bancos más famosos del mundo. Pero tampoco lo hacemos de una manera ciento por ciento real, por lo que esta sería más una etiqueta práctica para definir a la miniserie que una segmentación de genero adecuada.
A lo largo de la serie aparecen cuestiones características de otros géneros. Además de biopic, otro género al cual se la puede relacionar fácilmente es la comedia ya que la ironía está presente de principio a fin. Para demostrar la pluralidad genérica solo basta con mencionar las escenas de baile dignas de un musical que sin ningún tipo de contexto son introducidas en “Clark”. Lejos está de continuar con la lógica del relato que de pronto los reclusos comiencen a bailar, pero en la lógica de un proyecto sin un género en particular y tan expresivo como lo es este es más que valido.
Entendí esa referencia
En “Clark” hay más de un caso de transtextualidad o intertextualidad.
En primera instancia es interesante mencionar el concepto de “intertextualidad genética” que menciona Robert Stam en “Nuevos conceptos de la teoría del cine” (1992). Básicamente, en todos los proyectos que participe Bill Skarsgård o sus hermanos podremos hablar de este caso de intertextualidad, pues su padre Stellan llevó el apellido a lo más alto de la industria y sus hijos lo están manteniendo allí arriba con honores. Este año el clan Skarsgård ya estrenó dos proyectos importantes como lo son el tratado en este análisis y “The Northman” protagonizada por Alexander. Con el papel de Clark Olofsson, Bill vuelve a demostrar que es más que un apellido y, a día de la fecha, podemos decir que este es su mejor trabajo. Sí, más que su más conocida interpretación de Pennywise en la nueva versión de Andy Muschietti.
Ya que hemos mencionado al payaso más aterrador de la historia podemos mencionar la referencia más aclamada por los fanáticos de Bill. Claro está que no es para nada una casualidad que en el último episodio Skarsgård aparezca vestido de payaso para la fiesta de cumpleaños de su hijo.
Por otra parte, los momentos musicales también puden ser entendidos como una referencia al director de la serie Jonas Åkerlund dio sus primeros pasos como cineasta al dirigir videos musicales de artistas como Madonna, U2 o Lady Gaga.
Siento que recién acabo de empezar
A pesar de solo contar con seis episodios hay muchas más cuestiones que se pueden analizar en “Clark”, pero no es la intención de este análisis extenderse mucho más. Como no podía ser de otra forma, la serie termina con el protagonista mirando a cámara, lo cual no sorprende porque lo ha hecho anteriormente, pero esta vez algo es distinto. Con sus grandes ojos y a través de sus gafas Olofsson rompe con la cuarta pared y con el climax melancólico de la escena para avisarnos que lo que vimos fue solo el comienzo.
Para finalizar, ¿por qué afirmé que esta miniserie hacia vivir al espectador el Síndrome de Estocolmo? Salvando las distancias, puedo plantear que “Clark” busca hacer cierta analógica con dicho trastorno. La conversación final que parece dejar abatido a Clark Olosfsson lejos está de ser reveladora. Nosotros hemos seguido todo su recorrido, conocemos su egoísmo, desapego y todos los defectos que la redactora de su biografía le menciona. Ya lo hemos visto todo, pero de igual manera deseamos que a Clark le vaya bien. Al igual que los rehenes de Norrmalmstorg nos posicionamos de su lado y no del de la policía cada vez que lo quiere atrapar. Dando pie a lo que podría llamarse “El Síndrome de Clark”, un caso que el espectador respalda al protagonista de una serie por más incorrecto que este sea. Incluso la serie nos pone a prueba cuando casi asesina a un hombre solo por su ego, defenderlo después de eso sería imposible… o no.